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  • Foto del escritorDiario Libre

La ultima guardia, un último suspiro entre sus paredes llenas de historias.

Con la inauguración del nuevo Hospital Dr. Tomás Perón en Rodeo, el antiguo edificio cerró hoy sus puertas a las 18.00 horas. Enfermeros y médicos dieron el último adiós a un lugar cargado de recuerdos y emociones.


Hoy, a las 18.00 horas, la historia cerró un capítulo en Rodeo, San Juan. Mientras el nuevo y moderno Hospital Dr. Tomás Perón abría sus puertas, el viejo hospital, que durante años fue testigo mudo de incontables historias de vida, tristeza, lucha y esperanza, apagó sus luces por última vez. El silencio cubrió sus pasillos, cargados de ecos y memorias, como si las paredes mismas susurraran adiós a las manos que tantas veces curaron, confortaron y sostuvieron.

Los últimos guardianes de este histórico edificio fueron los enfermeros, y un médico de guardia el Dr. Rolando Perez, quienes, con emoción y nostalgia, se encargaron de apagar la luz y cerrar la puerta, un gesto simple pero profundamente simbólico. Ellos, los encargados de brindar cuidado y consuelo en los momentos más críticos, fueron también los responsables de despedir a un lugar que fue mucho más que un simple hospital: fue refugio, hogar temporal y escenario de la vida misma en sus múltiples facetas.



En cada rincón de esas viejas paredes resuenan las risas de los nacimientos que allí se celebraron, los primeros llantos de bebés en los años que se abrió este nosocomio alla por 1953, que llenaron de esperanza los pasillos, y las voces quebradas por el dolor de quienes despidieron a sus seres queridos. Esas historias, esas emociones, quedan grabadas, como una impronta que no se borra. Aunque el edificio cierre sus puertas, su espíritu permanece vivo en cada persona que cruzó su umbral.


Cuántos médicos dieron sus primeros pasos en aquellos consultorios modestos, cuántas enfermeras, con manos temblorosas y corazones grandes, aprendieron en sus salas a curar no solo cuerpos, sino también almas. Cuántas noches silenciosas, bajo la luz tenue de un pasillo, fueron testigos de despedidas dolorosas y de recuperaciones inesperadas. Cada historia, cada anécdota, queda grabada en la memoria de aquellos que vivieron su paso por el hospital, pero también en el viejo edificio que hoy se despide con dignidad.



El viejo hospital fue más que ladrillos y cemento. Fue el escenario donde vidas se transformaron. En sus habitaciones se escribieron capítulos de lucha y resistencia, de abrazos finales y de comienzos llenos de promesas. Allí, donde la ciencia se unió tantas veces a la fe, se escucharon plegarias, llantos de alegría y súplicas en silencio. Cada historia, triste o feliz, quedó impregnada en esos pasillos, como huellas invisibles que nunca se borrarán.


Hoy, mientras el nuevo hospital abre sus puertas con modernas instalaciones y tecnología avanzada, el viejo hospital de Rodeo se despide en un acto lleno de simbolismo. Con la última puerta cerrada y las luces apagadas, parece que el edificio exhala un suspiro final, cargado de nostalgia, como un guardián que cumplió con su deber y se retira en paz. Aunque sus habitaciones ya no verán más pacientes, su legado perdurará en la memoria de quienes lo conocieron.


Las lágrimas contenidas en los ojos de los enfermeros que apagaron la última luz no eran solo por el cierre de un edificio, sino por todo lo que significó. Las anécdotas contadas entre colegas en esas últimas horas fueron como una especie de ritual de despedida, recordando a los que partieron y celebrando a los que vivieron. El hospital cierra sus puertas, pero no sus historias, esas quedarán eternamente en el corazón de Rodeo.




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