Ramon Marinero. El rey de un Imperio Familiar
- Diario Libre
- 18 feb
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Nació un 14 de febrero de 1935 en Rodeo y con su historia de vida tejió un legado inquebrantable. Agricultor, esposo, padre, abuelo, bisabuelo y tatarabuelo, su vida está marcada por el amor a su tierra y a su familia, un verdadero San Valentín de la vida real.

Un 14 de febrero de 1935, bajo el cielo diáfano de Rodeo, con el sol derramando su luz dorada sobre los cerros, llegó al mundo Ramón Faustino Marinero. Hijo de Emilia Toro y Ramón de la Rosa Marinero, desde pequeño aprendió el valor del trabajo, el significado de la familia y la nobleza de la tierra. Entre juegos de infancia y la enseñanza de la vida, creció junto a sus hermanos Marcos, Rosa, Justo, Antonio y Elena. Algunos de ellos siguieron caminos distintos, llevando su destino más allá del suelo iglesiano, pero Ramón echó raíces en su tierra como el algarrobo que desafía el tiempo, fuerte y orgulloso, aferrado a su pueblo con el alma entera.

El amor tocó su puerta en la figura de Ana Domitila Muñoz quien en la actualidad tiene 87 años, la mujer que habría de ser su compañera para toda la vida. Setenta años de amor sincero, de días compartidos entre el sacrificio y la alegría, de noches iluminadas por la luna de Rodeo, testigo mudo de su historia. Forjaron juntos un hogar que se hizo inmenso, como los campos que trabajaban, como el río que nunca deja de correr. De su amor nacieron once hijos, cada uno una estrella en el firmamento de su existencia, Hugo Washington, Pedro Armando, Zulma Aida, José Armando, Lucía Marinda, Zulema, Daniel Jesús, Irma Viviana, Claudia Beatriz, Silvia Margarita y Elida Fabiana. El tiempo, caprichoso y eterno, decidió llevarse a algunos antes de tiempo, pero en cada rincón de la casa aún resuena su risa, su esencia aún habita los corazones de quienes los amaron.

El árbol genealógico de Ramón se expandió como el follaje en primavera. Llegaron los nietos, 45 en total, con ojos que reflejan los colores del linaje, algunos altos y rubios como el trigo, otros morenos y firmes como la tierra misma, algunos colorados y otros no tanto como el crepusculo en la cordillera. Luego vinieron los bisnietos, 72 portadores de la herencia de su nombre, y con ellos 13 tataranietos, pequeños retoños de una historia que se niega a apagarse. “Pucha, compadre, que vienen más en camino”, se le escucha decir con una sonrisa pícara, con ese tono de orgullo que solo quien ha construido un imperio con amor puede tener.

Ramón es un iglesiano de pura cepa, de esos que madrugan con el canto del gallo y se duermen con la brisa fresca de la sierra. Agricultor de vocación, de manos curtidas por la tierra, de mirada serena como quien entiende el lenguaje del campo. Disfruta de un buen mate bajo el sol del invierno, de las charlas en la plaza Federico Cantoni, donde su saludo cordial y su andar pausado son un sello inconfundible. Aún camina por Rodeo con la misma pasión de aquel joven que aró los primeros surcos, que soñó con ver crecer su familia como crecen las hortalizas en su siembra.

Ese hombre que, de corazón de buen samaritano, seguirá regando el suelo que lo parió y lo vio crecer, cultivando así cada fruto u hortaliza. Esto es lo que lo mantiene vivo, y en épocas de cosecha siempre sale a vender sus verduritas a los vecinos de su pueblo. No hay casa en Rodeo que no haya probado el sabor de su esfuerzo, el fruto de sus manos, el legado que deja en cada lechuga, en cada tomate, en cada racimo de uvas que carga con orgullo hasta el último rincón de su querido terruño.

Pero no todo en su vida es trabajo. Ramón es también el abuelo que desafía a sus nietos en el truco, que con picardía les roba la victoria y suelta una carcajada triunfal, y que de vez en cuando desenfunda su guitarra para ofrecer una serenata, una tonada o una cueca Iglesiana. Ramon, aquel hincha que vibra desde la tribuna, alentando al glorioso Cololita con el corazón desbocado, porque el fútbol también es pasión, porque en cada grito hay un pedazo de su historia. Y cuando juega su River Plate querido, nadie se le acerca, que ahí late con más fuerza el alma de un hincha de toda la vida. Su voz, fuerte como el viento de los cerros, se une a la multitud que grita por su equipo, porque el fútbol, como la familia, es unión y sentimiento.

En su casa, las reuniones familiares son tradición. Mesas largas, platos rebosantes de comida, risas que se mezclan con anécdotas de antaño. Porque si algo ha aprendido Ramón es que la vida se vive compartiendo, que cada momento vale cuando se tiene a los suyos cerca. No importa si es un asado dominguero o una simple mateada, los dias de amazado y horneado de pan, un carneo, siempre hay un motivo para brindar, para levantar la copa, empinar el codo con un tinto y agradecer, para mirar alrededor y ver el fruto de su esfuerzo en cada rostro que lo rodea.

Noventa años han pasado desde aquel día en que su llanto de recién nacido rompió el silencio del desierto iglesiano. Noventa años de siembras y cosechas, de abrazos y despedidas, de victorias y derrotas, de amor y sacrificio. Y aún sigue allí, caminando con la dignidad de un hombre que ha vivido plenamente, que ha dejado huellas imborrables en la arena del tiempo. Porque Ramón Faustino Marinero no es solo un nombre en un papel, no es solo un abuelo amoroso ni un agricultor de manos fuertes. Es el pilar de una historia que no se detiene, es la raíz profunda de un árbol inmenso, es la voz pausada que seguirá resonando en las calles de Rodeo mucho después de que el último sol de su vida se esconda detrás de los cerros.

Y cuando ese día llegue, cuando el viento susurre su nombre en la plaza, cuando sus nietos lo evoquen en cada truco ganado, cuando el grito de gol de Colola aún parezca llevar su eco, entonces sabremos que Ramón nunca se ha ido. Que su historia sigue viva en cada semilla que plantó, en cada corazón que tocó, en cada paso que dio por su amado pueblo. Porque los hombres como él no mueren, se vuelven inmortales en la memoria de su gente, por que Ramon Marinero es mas que un hombre duro como el roble, el es el Rey de Un Imperio Familiar.

Fuente para redaccion: Estefania Anes
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