Valentina Vega, la Reina del Pueblo: Historia de Coraje, Amor y Libertad
- Diario Libre
- 4 nov 2024
- 7 Min. de lectura
En la calidez de Rodeo, donde el viento susurra entre álamos y miradas cómplices, Valentina Vega abre las puertas de su corazón. Esta es la historia de una vida marcada por el coraje, el amor y la búsqueda incansable de ser ella misma, en un pueblo que la vio crecer, luchar y triunfar.

Es un viernes en la cálida mañana de Rodeo, la Ciudad del Viento. El sol acaricia las calles y un leve viento, acompañado de la pelusa de los álamos, recorre el lugar, creando un ambiente tranquilo y acogedor, interrumpiendo apenas las conversaciones que florecen en cada esquina. En la Avenida Santo Domingo, a pocos metros de la escuela 751 Provincia de Santa Cruz, se encuentra Valentina Vega, una de las personas más queridas de este pequeño pueblo. Su sonrisa sincera y su espíritu afable nos invitan a entrar en su peluquería, donde nos recibe rodeada de confortables sillones y cuadros de su ídola, Marilyn Monroe. Es en este espacio lleno de recuerdos y color que Valentina nos cuenta su historia: un relato de amor, de lucha y de perseverancia en la búsqueda de su identidad.

Valentina nació el 4 de junio de 1968 en la capital de San Juan, bajo el nombre de Tadeo Vega. Desde temprana edad, la vida le puso desafíos en su camino, comenzando por su identidad en un entorno que no siempre permitía ser uno mismo. Sus padres, Tadeo Vega y Teresa Anes, formaban una familia humilde, y Valentina era el menor de todos los hermanos. A los ocho años, se mudaron a Rodeo, donde su familia alquilaba una casa a Doña Antolina, ubicada frente a lo que hoy es la Plaza Benito Molina. En Rodeo, Valentina cursó sus primeros años de primaria y encontró un entorno que, aunque tradicional, le brindaría el respeto y la aceptación que necesitaba para crecer como persona.

Desde pequeña, Valentina sentía que su vida tomaba un rumbo distinto al que sus padres imaginaban. Ellos soñaban con un hijo que llegara lejos, que pudiera ser médico, policía, o alguien de renombre, pero ella ya sabía que su corazón la llevaba por otro camino. "Yo ya sabía lo que quería", recuerda Valentina. "Mis padres querían que estudiara, pero yo deseaba otra cosa. Ellos pensaban en un futuro de hombre para mí, pero lo que más anhelaba era vivir como mujer".

Valentina disfrutaba jugar con muñecas en su habitación, mientras que afuera se unía a los juegos típicos de los chicos de su edad, como el fútbol y las balitas. Sus amigos le llamaban "Tom" cariñosamente, aunque en su corazón, ella se sentía diferente. Un día, su madre, preocupada por estos juegos "femeninos", irrumpió en su habitación, recogió su bolsa de muñecas y se la quitó. "Yo lloraba y mi papá, tratando de consolarme, me decía: ‘Venga, papá, no llore, yo le voy a comprar una pelotita’. Yo le respondía que no quería una pelota, que quería mi bolsa de muñecas. Mi papá, aunque no lo entendiera completamente, me apoyaba. Ese amor de mis padres fue esencial", nos cuenta Valentina con una sonrisa nostálgica.

Durante su adolescencia, Valentina continuó descubriendo su identidad en silencio. Cursó la secundaria en la escuela de Comercio Libertador General San Martín, en un tiempo en el que no existían diálogos abiertos sobre identidad de género o diversidad sexual, especialmente en un pueblo tan pequeño. "Era un niño de pueblo. No tenía idea de lo que significaba ser gay o trans, y hablar de estas cosas era un tabú absoluto", comenta. A pesar de esto, Valentina encontró en sus amigas un apoyo incondicional, aunque llevaba dos vidas: una de "varón", para el mundo, y una de "nena", en su interior. Aun así, sus amigos de Rodeo la buscaban para salir de fiesta y, en una de esas salidas, uno de ellos la invitó a bailar “dale guevon arréglate que nos vamos a ir al boliche”. Valentina recuerda esa noche con alegría, cuando decidió ponerse un saco de raso largo y una capelina negra. “Mi amigo, uno de esos machos alfa, me miró y se reía con respeto. En esa época, mi gente de Rodeo me respetaba y me apoyaba de una forma que pocas personas pueden entender”, recuerda.

Al finalizar el secundario, sus padres esperaban que Valentina eligiera una carrera “seria”, y la idea de que se convirtiera en profesor de gimnasia parecía algo aceptable para ellos. Sin embargo, ella se rebeló y expresó su verdadero sueño: ser peluquero. "Les dije que quería ser peluquero y no hacer lo que ellos querían. Mi mamá se molestó, pero mi papá, en el fondo, lo comprendió", cuenta. Después de hablarlo en familia, sus padres decidieron apoyarla y la enviaron a San Juan para estudiar peluquería. Valentina se dedicó con pasión, y al regresar a Rodeo comenzó a ejercer su oficio. Los días de semana, viajaba a Bella Vista y otros distritos, donde el conseguía las tijeras y peines, para atender a sus clientes, ya que por esos años de 1986 aún no se podía comprar las herramientas necesarias para trabajar, algo que si fue adquiriendo ese año mientras que las familias de los distritos y la Radio Genesis con Don Fernando LLoret daban aviso “El Tom va a estar en Las Flores tal día y allí llegaban personas de todo el departamento a cortarse el pelo”.

A lo largo de estos primeros años, Valentina desarrolló una relación cercana con Doña Chela Sarracina, una mujer elegante y generosa que frecuentaba su casa para arreglarse el pelo, donde era atendida en la cocina de la casa paterna de Tom. Doña Chela, admirando su talento, le ofreció un trabajo en el hotel termas de Pismanta, donde Tom trabajó durante dos años. Cada viernes, la acompañaba al casino en Pismanta, donde se celebraban peñas, y pudo experimentar una parte más festiva de la vida gracias a esta amistad. “Esos días en Pismanta fueron especiales; me sentí valorada y acompañada, algo muy importante para mí”, relata.
A los 20 años, Valentina decidió mudarse a la capital de San Juan y abrir su primera peluquería. Aunque su vida comenzó a desarrollarse en la ciudad, cada fin de semana regresaba a Rodeo, lugar que siempre sintió como su hogar, viajando cada fin de semana en la combi VEYCO. Durante esta etapa, Valentina encontró su primera pareja en la ciudad Capital de San Juan, con quien compartió diez años de su vida. “Fueron años muy felices. Mi pareja me apoyó y me ayudó a seguir adelante. En esos años, hablé con mis padres y ellos aceptaron mi identidad sin reservas, yo ya era Valentina”, cuenta.

Valentina fue explorando más su identidad en San Juan, donde conoció a Miguel Alessi, un amigo que también formaba parte de la comunidad LGBT y le presentó un nuevo mundo. "Miguel me preguntó si era gay, y yo, que venía de Rodeo, ni siquiera sabía qué significaba eso. Fue un descubrimiento". Con el tiempo, comenzó a asistir al boliche Rapsodia, un lugar de encuentro seguro para la comunidad LGBT en San Juan, y allí fue muy conocida como Valentina, por su humildad, sencillez y belleza. Poco después, fue invitada a participar en el certamen de la Fiesta Nacional del Sol Gay. A pesar de su timidez inicial, se animó a representar a Iglesia, y en 1998 fue coronada como la primera Reina Nacional del Sol Gay representando a su tierra natal, un logro que no solo le dio visibilidad, sino que la convirtió en una figura emblemática para la comunidad trans de la provincia.

Pasaron los años, y Valentina continuó viviendo su vida con autenticidad y gratitud, agradecida siempre por la comprensión y el amor de su familia y su comunidad en Iglesia. En 2012, con la aprobación de la Ley de Identidad de Género en Argentina, Valentina finalmente pudo hacer el cambio legal en su DNI, adoptando oficialmente el nombre que siempre había sentido como propio. “Fue un momento inolvidable. Pude pasar de ser Tadeo a Valentina, y sentí que finalmente estaba en paz conmigo misma y con el mundo”, comparte. Fue una de las primeras personas en obtener el D.N.I del cambio de genero a nivel provincial.
Hoy, a sus 56 años, Valentina es un símbolo de fortaleza y aceptación en su comunidad. Valentina nos cuenta que las personas trans no llegan casi a los 40 años, por el ritmo de vida que suelen llevar, es por ello que la convierte en una de las pocas personas LGBT en llegar a su edad. Ha vivido intensamente y sigue agradecida por el amor que siempre ha recibido de su pueblo. "Mis padres, Tadeo y Teresa, siempre fueron mi mayor apoyo. A pesar de no entender en un inicio, me dieron el amor y la contención necesarios para enfrentar la vida". Valentina no solo es una mujer feliz con su identidad, sino que también es un pilar en la comunidad iglesiana, donde es conocida y respetada. Con una sonrisa y un brillo en los ojos, Valentina deja un mensaje a la sociedad: “Es vital que las personas LGBT tengan un espacio en la política, el deporte, y en cada ámbito. Hay muchas personas comprometidas con esta tierra y con su gente. Todos queremos ver a Iglesia crecer, y podemos aportar mucho para eso”.
Valentina expresó con gratitud y emoción su pertenencia a la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de Argentina (ATTTA), una organización que ha sido un pilar en su vida. Relató cómo esta entidad ha estado a su lado en momentos cruciales, brindándole apoyo en situaciones que, para personas como ella, suelen ser particularmente difíciles. "ATTTA siempre ha estado presente", señaló con convicción, recordando especialmente el tiempo de la pandemia, cuando las barreras para acceder a la salud y al bienestar se hicieron más altas y peligrosas. En aquellos meses de incertidumbre y aislamiento, contó que los miembros de ATTTA fueron los únicos que se mantuvieron al tanto de su salud integral, cuidándola en todos los aspectos y brindándole el respaldo que necesitaba para sobrellevar los momentos más oscuros. Para Valentina, la presencia constante de ATTTA no solo representa apoyo, sino también la posibilidad de existir y resistir en un mundo que, a menudo, les da la espalda a personas transgenero.

Con lágrimas en los ojos y una sonrisa que refleja su paz interior, Valentina concluye: “Yo soy el Tom, una persona creyente en Dios, humilde y sencilla, una mujer que ha vivido todo lo que deseaba. Hoy, aunque ya no tengo a mis padres, me siento feliz en el pueblo que me ha dado todo su amor y que siempre ha respetado cada etapa de mi vida. Vivo en paz y con el amor de mi gente, en mi hogar”.
Valentina se despide como lo hace una historia que encuentra su plenitud, con el alma serena y la mirada luminosa de quien ha superado todas las pruebas. En la tierra que la abrazó desde niña y la vio crecer, luchar y florecer, su legado es más que un ejemplo de perseverancia; es un testimonio de amor y autenticidad. Que su historia inspire a muchos a caminar con la misma valentía y a recordar que, en el calor de nuestra gente, siempre podemos encontrar un refugio. 'Gracias, Rodeo, por ser mi hogar y mi corazón', susurra, con la voz entrecortada pero llena de gratitud, la eterna Valentina Vega.
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